por esta obra de la muerte que contemplaban."
El joven Patroclo se sintió abandonado al ver como Aquiles se enfrentaba a Agamenón por una esclava troyana, la princesa Briseida, y celoso el estúpido enamorado salió a la búsqueda de Héctor a quien se enfrentó en lucha desigual y murió. Su cuerpo fue retirado del campo de batalla por el espartano Menelao. El lamento del de los pies alados tan solo fue superado por el de sus inmortales caballos.
Zeus regaló a Peleo, con motivo de sus bodas con la nereida Tetis, dos caballos inmortales: Janto, negro, y Balio, blanco. Su naturaleza inmortal hacia que su velocidad fuera inalcanzable por parte de los demás caballos mortales. El hijo de ambos, Aquiles, se los llevó a Troya.
En 1.911 Constantino Cavafis escribió el poema en el que narra la tragedia de la muerte del joven amante de Aquiles a través del lamento de sus caballos inmortales:
LOS CABALLOS DE AQUILES
Cuando vieron muerto a Patroclo,
que era tan valeroso, y fuerte, y joven,
los caballos de Aquiles comenzaron a llorar;
sus naturalezas inmortales se indignaban
por esta obra de la muerte que contemplaban.
Sacudían sus cabezas y agitaban sus largas crines,
golpeaban la tierra con las patas, y lloraban a Patroclo
al que sentían inanimado -destruido-
una carne ahora mísera -su espíritu desaparecido-
indefenso -sin aliento-
devuelto desde la vida a la gran Nada.
Las lágrimas vio Zeus de los inmortales
caballos y apenose. "En las bodas de Peleo"
dijo "no debí así irreflexivamente actuar;
¡mejor que no os hubiéramos dado caballos míos
desdichados! Qué buscabais allí abajo
entre la mísera humanidad que es juego del destino.
A vosotros que no la muerte acecha, ni la vejez
efímeras desgracias os atormentan. En sus padecimientos
os mezclaron los humanos". -Pero sus lágrimas
seguían derramando los dos nobles animales
por la desgracia sin fin de la muerte.
que era tan valeroso, y fuerte, y joven,
los caballos de Aquiles comenzaron a llorar;
sus naturalezas inmortales se indignaban
por esta obra de la muerte que contemplaban.
Sacudían sus cabezas y agitaban sus largas crines,
golpeaban la tierra con las patas, y lloraban a Patroclo
al que sentían inanimado -destruido-
una carne ahora mísera -su espíritu desaparecido-
indefenso -sin aliento-
devuelto desde la vida a la gran Nada.
Las lágrimas vio Zeus de los inmortales
caballos y apenose. "En las bodas de Peleo"
dijo "no debí así irreflexivamente actuar;
¡mejor que no os hubiéramos dado caballos míos
desdichados! Qué buscabais allí abajo
entre la mísera humanidad que es juego del destino.
A vosotros que no la muerte acecha, ni la vejez
efímeras desgracias os atormentan. En sus padecimientos
os mezclaron los humanos". -Pero sus lágrimas
seguían derramando los dos nobles animales
por la desgracia sin fin de la muerte.