Entre sus poesías mejor conocidas destacan aquellas que ridiculizan las Mu`allaqat, es decir los poemas de la poesía preislámica, cuyo tema es la nostalgia por el beduinismo, y que alaban la vida moderna en Bagdad como un contraste.
Abu Nuwas |
Uno de sus relatos mas conocidos es el que aparece en el film de Pier Paolo Pasolini conocido como "Los tres jóvenes". En aquella ocasión el cineasta italiano ubica la acción en Etiopia:
ABU NAWAS Y LOS TRES JOVENES
(Incluido en "Las mil y una noches" de Pier Paolo Pasolini)
Un día Abu Nuwas se encerró en su cocina y preparó un gran festín, con ingredientes seleccionados y las especias más delicadas. Luego salió por los caminos, buscando un mancebo digno de sus esfuerzos, mientras rezaba a Dios: "Alá, mi amo y señor, te pido que me envíes a quien pueda disfrutar este banquete y se haga acreedor a retozos y escarceos conmigo.".
Apenas había acabado de hablar cuando aparecieron ante él tres jóvenes, hermosos e imberbes, como si acabasen de llegar del Paraíso, diferentes entre sí pero de igual belleza. Abu Nawus había pasado su vida en Bagdad, en la corte del Califa Harún al-Rachid, defensor de la fe, era dado a esos transportes y gozaba siendo feliz con hermosos muchachos, igual que el jeque de la fábula, que vivió su vida en la santa ciudad de Mosul pero pasaba todo el día soñando con las casas de placer de Alepo. Así, saludó a los jóvenes ritualmente, y ellos, que contestaron con educación, habrían seguido su camino de no haberlos detenido él diciendo: "Unid vuestros pasos a los míos y disfrutad de una noche de gozo; tengo vino añejo de monasterios, brochetas de carnes tiernas y cuencos de cerezas; dejemos limpios los platos, comamos todo y pasemos la noche en un dulce abrazo."
No hubo que insistir mucho a los jóvenes. "Oímos y obedecemos" dijeron, y le siguieron contentos a sus estancias. Hallaron todo lo que se les había prometido y más y no tardaron en atiborrarse de comida a su plena satisfacción. Cuando se llenaron, se giraron a Abu Nuwas y le dijeron que decidiese quién de los tres era más hermoso. Besó al primero y exclamó: "Bendito sea el Señor, que hizo esta mejilla imberbe". Besó al segurndo dos veces y dijo "Este encanto tiene en su mejilla un lunar perfecto ¡Bendice, oh, al Profeta!". Atrajo tras ello al tercero hacia sí y, tras besarlo media docena de veces, exclamó: "Oro fundido en copas de plata me habéis echado, y manchado vuestros dedos con el vino, delgado cervatillo de pantalones bombachos, si tan sólo me hubieseis mirado, estaría igual de ebrio."
Y así se le pasó la noche, bebiendo y besando y abrazando a los muchachos, transportado por el placer y el goce, sin sentido de pecado o de vergüenza, cantando: "Quien no sabe lo que son los muchachos no sabe lo que es la alegría, la maravillosa cosecha del placer que recibo, bebamos nuestro vino y jodamos ya, para dormirnos."
Cuando estaban todos totalmente embriagados y entrelazados, llamaron a la puerta y cuando dijeron a quien fuera que pasaba, resultó ser nada menos que el gobernador del país, el mismísimo Califa Harún al-Rachid. Cuando vieron quién era, se levantaron todos y besaron el suelo ante él. "Se os saluda, Abu Nuwas" dijo. "A vuestro servicio, Comendador de los Creyentes, que Alá os dé larga vida" contestó. Preguntó el Califa: "¿Qué está pasando aquí?". El poeta contestó: "Está claro, oh Príncipe, que lo que ocurre aquí está más allá de las preguntas y de las respuestas"
Dijo el califa: "Oh, Abu Nuwas, he buscado la iluminación de Alá todopoderoso, y he decidido nombrarte juez de chulos y de putas". "Realmente, preguntó Abu Nuwas, me designa su Alteza para tan alto cargo?". A lo que respondió el Califa: "Sí, te designo". Con lo que repuso Abu Nuwas: "Entonces, quizás es que vuestra majestad ha venido a plantearme algún caso". A lo que el Califa, furioso, giró sobre sus talones y salió, pasando la noche rabioso con Abu Nuwas, quien llenó la noche de goce y disfrute en compañía de sus amigos.
Cuando rompió el día, Abu Nuwas despachó a sus amigos, se puso su ropa de juez y se dirigió al palacio del Califa. Era la costumbre del Comendador de los Creyentes que cuando acababa el Diwan (la audiencia de peticiones de cada día) se retiraba a su salón y allí llamaba a sus poetas, a sus amigos y a sus músicos; todos tenían allí un sitio determinado por su título y rango. Y así, también ese día, al retirarse a su salón, todos sus amigos ocuparon sus sitios, según su título y rango.
En ese momento, entró Abu Nuwas, que iba a sentarse en su sitio de costumbre, cuando el Califa llamó a gritos a Masrur, el espadachín, y le ordenó que desnudase al poeta, pusiese una silla en su espalda, un arnés al cuello y que le condujese a cuatro patas a los aposentos de las esclavas y a las salas del harén, para que las mujeres se rieran de él, y luego se le cortase la cabeza y se la trajeran en una bandeja. "Oír y obedecer" respondió Masrur y, haciendo con Abu Nuwas lo que el Califa le había ordenado, le llevó a los aposentos de las mujeres. Pero Abu Nuwas era un hombre divertido y las hizo reir a todas con sus payasadas, y muchas sintieron pena de él y le cubrieron de oro y joyas, así que cuando volvió en presencia del califa tenía una bolsa llena con un tesoro.
Un día Abu Nuwas se encerró en su cocina y preparó un gran festín, con ingredientes seleccionados y las especias más delicadas. Luego salió por los caminos, buscando un mancebo digno de sus esfuerzos, mientras rezaba a Dios: "Alá, mi amo y señor, te pido que me envíes a quien pueda disfrutar este banquete y se haga acreedor a retozos y escarceos conmigo.".
Apenas había acabado de hablar cuando aparecieron ante él tres jóvenes, hermosos e imberbes, como si acabasen de llegar del Paraíso, diferentes entre sí pero de igual belleza. Abu Nawus había pasado su vida en Bagdad, en la corte del Califa Harún al-Rachid, defensor de la fe, era dado a esos transportes y gozaba siendo feliz con hermosos muchachos, igual que el jeque de la fábula, que vivió su vida en la santa ciudad de Mosul pero pasaba todo el día soñando con las casas de placer de Alepo. Así, saludó a los jóvenes ritualmente, y ellos, que contestaron con educación, habrían seguido su camino de no haberlos detenido él diciendo: "Unid vuestros pasos a los míos y disfrutad de una noche de gozo; tengo vino añejo de monasterios, brochetas de carnes tiernas y cuencos de cerezas; dejemos limpios los platos, comamos todo y pasemos la noche en un dulce abrazo."
No hubo que insistir mucho a los jóvenes. "Oímos y obedecemos" dijeron, y le siguieron contentos a sus estancias. Hallaron todo lo que se les había prometido y más y no tardaron en atiborrarse de comida a su plena satisfacción. Cuando se llenaron, se giraron a Abu Nuwas y le dijeron que decidiese quién de los tres era más hermoso. Besó al primero y exclamó: "Bendito sea el Señor, que hizo esta mejilla imberbe". Besó al segurndo dos veces y dijo "Este encanto tiene en su mejilla un lunar perfecto ¡Bendice, oh, al Profeta!". Atrajo tras ello al tercero hacia sí y, tras besarlo media docena de veces, exclamó: "Oro fundido en copas de plata me habéis echado, y manchado vuestros dedos con el vino, delgado cervatillo de pantalones bombachos, si tan sólo me hubieseis mirado, estaría igual de ebrio."
Y así se le pasó la noche, bebiendo y besando y abrazando a los muchachos, transportado por el placer y el goce, sin sentido de pecado o de vergüenza, cantando: "Quien no sabe lo que son los muchachos no sabe lo que es la alegría, la maravillosa cosecha del placer que recibo, bebamos nuestro vino y jodamos ya, para dormirnos."
Cuando estaban todos totalmente embriagados y entrelazados, llamaron a la puerta y cuando dijeron a quien fuera que pasaba, resultó ser nada menos que el gobernador del país, el mismísimo Califa Harún al-Rachid. Cuando vieron quién era, se levantaron todos y besaron el suelo ante él. "Se os saluda, Abu Nuwas" dijo. "A vuestro servicio, Comendador de los Creyentes, que Alá os dé larga vida" contestó. Preguntó el Califa: "¿Qué está pasando aquí?". El poeta contestó: "Está claro, oh Príncipe, que lo que ocurre aquí está más allá de las preguntas y de las respuestas.".
Dijo el califa: "Oh, Abu Nuwas, he buscado la iluminación de Alá todopoderoso, y he decidido nombrarte juez de chulos y de putas". "Realmente, preguntó Abu Nuwas, me designa su Alteza para tan alto cargo?". A lo que respondió el Califa: "Sí, te designo". Con lo que repuso Abu Nuwas: "Entonces, quizás es que vuestra majestad ha venido a plantearme algún caso". A lo que el Califa, furioso, giró sobre sus talones y salió, pasando la noche rabioso con Abu Nuwas, quien llenó la noche de goce y disfrute en compañía de sus amigos.
Cuando rompió el día, Abu Nuwas despachó a sus amigos, se puso su ropa de juez y se dirigió al palacio del Califa. Era la costumbre del Comendador de los Creyentes que cuando acababa el Diwan (la audiencia de peticiones de cada día) se retiraba a su salón y allí llamaba a sus poetas, a sus amigos y a sus músicos; todos tenían allí un sitio determinado por su título y rango. Y así, también ese día, al retirarse a su salón, todos sus amigos ocuparon sus sitios, según su título y rango.
En ese momento, entró Abu Nuwas, que iba a sentarse en su sitio de costumbre, cuando el Califa llamó a gritos a Masrur, el espadachín, y le ordenó que desnudase al poeta, pusiese una silla en su espalda, un arnés al cuello y que le condujese a cuatro patas a los aposentos de las esclavas y a las salas del harén, para que las mujeres se rieran de él, y luego se le cortase la cabeza y se la trajeran en una bandeja. "Oír y obedecer" respondió Masrur y, haciendo con Abu Nuwas lo que el Califa le había ordenado, le llevó a los aposentos de las mujeres. Pero Abu Nuwas era un hombre divertido y las hizo reir a todas con sus payasadas, y muchas sintieron pena de él y le cubrieron de oro y joyas, así que cuando volvió en presencia del califa tenía una bolsa llena con un tesoro.
Entonces, Ja'afar al-Barmaki, el visir (consejero) más respetado del califa, que se había ausentado por asuntos de estado importantes, vino y, reconociendo en aquella bestia de carga al poeta, le saludó: "Salaam alecum, Abu Nuwas.". "A vuestro servicio, mi señor". Preguntó Ja'afar: "¿Qué delito habéis conocido para haceros merecedor de tal castigo?" A ello respondió: "Ninguno en absoluto, mi señor, sólo haber regalado a nuestro señor el Califa lo mejor de mi poesía, y él me regaló a su vez sus mejores atuendos". Cuando el Comendador de los Creyentes oyó estas palabras, rió a pesar suyo, perdonó a Abu Nawas y le dio otro talego con dinero.
Reescrito a partir de la traducción de Richard F. Burton, Heritage Press, Nueva York, 1934, quien se inspiró en una recopilación de leyendas de hace unos mil años.
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