diumenge, 3 d’octubre del 2010

JAIME GIL DE BIEDMA, POEMAS.

Jaime Gil de Biedma (1929-1990) poeta de la llamada Generación de los 50, de familia burguesa barcelonesa, hombre de izquierdas, comunista y homosexual. Una fria mañana de enero del 1990 moría víctima de dolencias derivadas del sida. 


Juan Marsé, Carlos Barral, Gil de Biedma, Ángel Gonzáles y José Agustín Goytisolo




Nacido en Barcelona en 1929, en el seno de una familia de la alta burguesía catalana y dirigente de la empresa Tabacos de Filipinas. Inició sus estudios de Derecho en Barcelona y los continuó en Salamanca, universidad en la que se licenció.

Su poesía, de tono elegíaco, enlaza con la de Vallejo, Antonio Machado y con el delicado erotismo de Cernuda.  Aunque su obra no es muy extensa, es una de las que más influencia ha ejercido en las generaciones recientes.
Su primer libro, «Según sentencia del tiempo», se publicó en 1953, seguida de «Compañeros de viaje» en1959,  «En favor de Venus» en 1965, «Moralidades» en1966, «Poemas póstumos» en1968, «Las personas del verbo» en 1975 y 1982, donde recoge su poesía hasta esas fechas. Escribió agudos ensayos literarios, y después de su muerte se editó un diario suyo, «Retrato del artista».

En 1990 fallece víctima del SIDA. 



Os ofrezco una breve selección de poemas suyos:

¿FUE POSIBLE QUE YO TE QUISIERA?

 ¿Fue posible que no te supiera
cerca de mi, perdido en las miradas?


Los ojos me dolían de esperar.
Pasaste.

Si apareciendo entonces
me hubieras revelado
el país verdadero en que habitabas!


Pero pasaste
como un Dios destruido.


Sola, después, de lo negro surgía
tu mirada.



NO VOLVERÉ A SER JOVEN






Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
 -como todos los jóvenes, yo vine
 a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
 y marcharme entre aplausos
 -envejecer, morir, eran tan sólo
 las dimensiones del teatro.

 Pero ha pasado el tiempo
 y la verdad desagradable asoma:
 envejecer, morir,
 es el único argumento de la obra. 

   

IDILIO EN EL CAFÉ 

Ahora me pregunto si es que toda la vida
hemos estado aquí. Pongo, ahora mismo,
la mano ante los ojos —qué latido
de la sangre en los párpados— y el vello
inmenso se confunde, silencioso,
a la mirada. Pesan las pestañas.
No sé bien de qué hablo. ¿Quiénes son,
rostros vagos nadando como en un agua pálida,
éstos aquí sentados, con ojos vivientes?
La tarde nos empuja a ciertos bares
o entre cansados hombres en pijama.
Ven. Salgamos fuera. La noche. Queda espacio
arriba, más arriba, mucho más que las luces
que iluminan a ráfagas tus ojos agrandados.
Queda también silencio entre nosotros,
silencio
              y este beso igual que un largo túnel.


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