En esta vida hay cosas que es mejor que no sucedan. Hasta aquí estamos
de acuerdo: no tendría sentido tanta campaña de prevención del VIH si fuese
exactamente lo mismo tenerlo que no tenerlo. Pero una vez que sucede, una vez
que se produce la infección, también es cierto que hay dos formas de llevarlo.
Puedes llevarlo mal, hundirte y permitir que todo el peso del estigma te robe
tu vida. O puedes llevarlo muy bien, como se llevan otras tantas cosas que a
veces suceden y plantearte el reto de que apenas afecte a tus proyectos. No
sólo es posible sino que se puede aprender a conseguirlo.
(Artículo de Gabriel J. Martín, psicólogo de la Coordinadora Gai–Lesbiana
y de Gais Positius. Ilustraciones: Albert Boté para la revista Gay Barcelona)
Cuando
los compañeros de “Gay Barcelona” me pidieron que hablase de la vivencia con el
VIH en este número de la revista me sentí contento por poder compartir con todo
el mundo los resultados y vivencias de mi trabajo en los últimos tres años.
Unos años intensísimos en los que he visto (literalmente) a cientos de hombres
VIH+ adaptarse a su nueva situación. Como psicólogo procuro focalizar siempre
en los aspectos constructivos de cualquier contexto y sobre ello será sobre lo
que hable en este artículo.
Adaptación es la
clave.
Todo el mundo sabe que soy un friky de la
etimología, así que no me esconderé. Además, la etimología de la palabra
“adaptación” es especialmente hermosa. Viene del latín “ad aptum” que
viene a significar “llegar a hacerse apto”. Por tanto, “adaptarse” transmite en
su esencia el sentido de “aprender aquello que es necesario aprender para
poder hacer tal cosa o vivir de tal manera”.La noticia de que eres seropositivo no debería significar más que el hecho de tener que aprender una serie cosas. Tendrás que adquirir algunos conocimientos estrategias, hábitos y habilidades exactamente igual que si te mudases a vivir a Nueva York. En ese caso también tendrías que adquirir conocimientos (idiomas, cómo se organiza la red de metro), estrategias (aprender cómo se hacen amistades en este contexto social concreto), hábitos (levantarte y acostarte dos horas antes de lo que lo hacías en España) y habilidades (¿cómo se cocina sin aceite de oliva?). Todo cambio en la vida supone esto. A veces los cambios nos entusiasman y aprendemos una barbaridad de cosas sin esfuerzo (como cuando nos mudamos a nueva York) pero –a veces- los cambios nos vienen impuestos y no nos hace ni puta gracia tener que ponernos a aprender nada.
Así que intentaré facilitarte la tarea con algunas indicaciones que (como siempre digo) no pueden sustituir el asesoramiento directo por parte de un profesional cualificado. Debo decírtelo con claridad: si quieres, puedes ver el VIH desde el “pobrecito”, desde el estigma, desde el miedo y desde la disfuncionalidad, pero no cuentes conmigo ni para eso ni para enseñarte a lamerte las heridas (seguro que encuentras otros que lo hagan). Conmigo podrás contar para plantearte el reto de aprender a hacer las cosas de tal manera que tener VIH no sea un obstáculo en tu vida y poder seguir viviendo como siempre quisiste hacerlo. O, al menos, intentarlo. Como psicólogo no quiero servirte para otra cosa.
“¿Me voy a morir?”, “¿me voy a
deteriorar?”, “¿soy una bomba infecciosa?”, “¿debo avisar a mis
amantes antes de tener sexo con ellos?”. Yo me sorprendo de que, aún, éstas
sean las preocupaciones que primero asaltan a un hombre seropositivo recién
diagnosticado. La respuesta para todas es “no”: no te morirás por culpa
del VIH, no
te vas a deteriorar,
no eres ninguna bomba y no eres el responsable de la salud sexual de los demás,
sino solamente de la tuya propia.
Tendrás que aprender qué son los CD4, qué
es la carga viral, el “logaritmo” y las diferentes familias de antiretrovirales. Tendrás
que aprender qué niveles de defensas son buenos, aceptables, preocupantes o
malos. Aprenderás sobre los hábitos de salud más aconsejables: dieta
equilibrada, ejercicio moderado y no ingerir demasiados tóxicos (vamos, como
todo el mundo). Aprenderás sobre cómo mantener unos buenos niveles de
calcificación, de equilibrio lipídico, de función renal y hepática. Adquirirás
el hábito de chequearte periódicamente, de cuidarte, de estar vacunado.
Aprenderás estrategias para reconocer a los serófobos y a la “gente tóxica” que no convienen como
amistades. Adquirirás la habilidad de dialogar con tu cuerpo. Yo todo ello se
convertirá en otra rutina más de tu vida cotidiana. Aparte de esto, no mucho
más.
Una
de las cosas que siempre comento con mis pacientes es “sigue haciendo tu
vida de siempre”. El momento del diagnóstico es lo suficientemente
estresante como para que –encima- le añadas la tensión de dejar de fumar, o de
beber, o de drogarte. Está clarísimo que cuantos menos tóxicos ingieras, mejor
para ti pero también está clarísimo que cuanto menos ansiedad añadas a tu
situación, más llevadera será y antes la resolverás. Ya habrá tiempo de abandonar
estas cosas cuando el adaptarte a convivir con el VIH ya no sea tu prioridad.
Piensa que, naturalmente, a quien se lo comuniques le surgirán todas las mismas preguntas que te estás haciendo tú por lo que resulta más cómodo, para uno mismo, sentirse capaz de responderlas con seguridad antes de hablar con nadie. Si lo que te preocupa es decírselo a un candidato a novio, te remito a mi artículo de noviembre de esta misma revista (“Cielo… soy seropositivo”), donde abordo el tema con extensión. De cualquier manera te recuerdo que lo mejor es sondearlo desde el principio sacando el tema del VIH, en general, a ver cómo reacciona al hablar del tema. Igualmente, no olvides que no estás confesando ningún “defecto” y que si alguien te juzga negativamente es porque su ignorancia no le da para más (¡corre, este hombre no le conviene a nadie!). No olvides que el VIH no tiene porqué ser más limitante de lo que tú le quieras permitir. Cambian algunas cosas: no puedes donar sangre ni órganos, necesitarás consultar con un abogado antes de hacerte una hipoteca y puedes tener algunos problemas para entrar en Irak, Jordania o Rusia. Pero también es cierto que si adquieres los conocimientos, estrategias, habilidades y hábitos adecuados, no tiene porqué suponerte una barrera infranqueable para que continúes desarrollando tus proyectos. Hoy por hoy, ser VIH+ es tener una infección crónica y nada más. Sé asertivo y no permitas que nadie te convenza de lo contrario. La noticia siempre impacta pero una cosa es el sobresalto que a uno le produce un diagnóstico (ahora hablaremos de ello) y, otra muy distinta, es empezar a verse como un apestado. Eso sí que no, nene.
El primer
impacto.
La
reacción ante la noticia del diagnóstico depende de la personalidad de cada uno
y de su biografía. Depende de si habías conocido a otros gais seropositivos, de
si conocías algo sobre el curso de la infección, de si llevabas bien tu
homosexualidad, de si no tenías ningún sesgo discriminador, etc. Depende de una
constelación de factores interrelacionados.
De
entrada te llevarás un susto (el shock es inevitable, hay que asumir que es
normal acojonarse aunque sólo sea durante un rato) pero pasado el impacto
emocional inicial todo irá reconduciéndose e irás aprendiendo a convivir con tu
nueva situación.
Un duelo (no
siempre) duele.
Considero que existen dos tipos
fundamentales de duelo y que, a la hora de resolverlos, es muy importante
distinguir entre ambos. Existe el duelo por tragedia y el duelo por
fracaso. La diferencia entre ellos radica en el origen del suceso que
desencadena el duelo. Si lo que ha sucedido es algo cuyo control escapa por
completo a la persona porque las causas son inevitables o inmutables, vivimos
un duelo por tragedia. Si, por el contrario, la persona tenía control sobre las
causas del suceso que desencadena el duelo, lo que vivimos es un duelo
por fracaso. Ejemplos clásicos del duelo por tragedia son el fallecimiento de
un ser querido o la pérdida de tus bienes por culpa de una catástrofe natural
(una inundación, un terremoto).No puedes controlar los movimientos tectónicos, ni tampoco evitar la muerte de nadie, así que no tienes control sobre este tipo de suceso. Ejemplos de duelo por fracaso son los suspensos, la ruptura de la pareja, el enfado con un amigo, etc. Se supone que controlas haber estudiado más o menos, haberte trabajado la relación más o menos, etc. Cada uno de estos duelos tiene funciones diferentes.
El duelo por tragedia cumple el objetivo de diluir los lazos emocionales con la persona, objeto o situación perdida. Aquí, el pensamiento rumiativo y la revivencia mental de lo sucedido, tienen como objetivo disminuir la intensidad de las emociones desencadenadas. A fuerza de darle vueltas y vueltas, llegará un momento en que cada vez duela menos, menos, menos… hasta que ya no duela de manera insoportable. Cuando no hay control sobre una situación, al ser humano sólo le queda adaptarse a ella y que deje de dolerle para poder seguir adelante y mantener una vida funcional. Donde más se nota este efecto es en la irreversibilidad de la situación: al no haber cura definitiva, una vez seropositivo, no hay (de momento) vuelta atrás y todo se centra en asumir esta nueva realidad irreversible.
En cambio, en el duelo por fracaso, el pensamiento
rumiativo (eso de darle vueltas y vueltas) tiene como misión que extraigas los
aprendizajes de esa situación. Si ha salido mal porque la has cagado en alguna
parte, mejor averiguar dónde y no volver a cometer esa equivocación. El ser
humano adquiere una enormidad de aprendizajes por “ensayo y error” así que,
este tipo de proceso puede ser muy enriquecedor si se sabe resolver
adecuadamente.
Eso sí: lo primero que debes saber es que
todo hay que contextualizarlo. Comparado con otros seres humanos, no has hecho
nada especialmente torpe y te lo explicaré con un ejemplo. Todos los
heterosexuales se han emborrachado en alguna ocasión y, al día siguiente, han
despertado en la cama de una/a desconocido/a después de haber tenido sexo sin
protección. Ellos difícilmente se habrán infectado de VIH (quizá se han
embarazado, eso sí). Si eso le sucede a un gay, la probabilidad de que se
infecte de VIH es muchísimo más alta debido a que, en nuestra comunidad, con
nuestras prevalencias e incidencias tan
altas, es muy fácil infectarse. No eres ni más torpe (ni más listo) que
cualquier otro ser humano.
Etapas clásicas.
Un duelo suele atravesar diferentes
etapas. A veces estas etapas se solapan, a veces hay etapas que no se producen,
a veces se salta de una a otra y, a veces, no se desencadena ningún tipo de
duelo. La primera reacción tras el impacto inicial es la de
negación. A menudo
imaginamos que una persona en esta situación se pasa el día diciendo “no lo
acepto, no lo asumo” o “¿VIH? ¡Yo no tengo VIH!”. Pero por negación también
entendemos seguir viviendo como si no hubiese pasado absolutamente nada y, de
hecho, esta es una reacción bastante habitual… y lógica. Tener VIH no significa
absolutamente nada a no ser que lo tuyo sea un diagnóstico tardío. Pero, entre
que una persona se infecta y que aparecen los primeros problemas de salud,
pueden llegar a pasar entre ocho y diez años. Si te diagnostican en los
momentos iniciales de la infección, quiere decir que pasarán años en los que el
VIH no te afectará en nada incluso sin necesidad de medicarte. El hecho de no
presentar “señales” hace que el duelo no se desencadene hasta pasado mucho
tiempo. Habitualmente la parte más dolorosa del duelo (las siguientes etapas)
no sucede hasta que el paciente no inicia el tratamiento porque, hasta ese
momento, nada en su vida “señalaba” que tenía el VIH y podía permanecer en esta
etapa de negación, de dulce ignorancia, de “inocencia”.
A la negación suele seguirle la rabia:
“¿porqué me ha pasado esto a mí?”, “¡ese cabrón me tenía que haber avisado!”,
“¡no te puedes fiar de nadie!” o “¡soy un auténtico gilipollas, quién me manda
follar a pelo!”. Hay quienes, incluso, desarrollan toda una teoría
conspiranoica sobre las perversas intenciones de la industria farmacéutica
tratando de crear culpables. Al fin y al cabo se trata de una reacción de rabia
que es normal, que es
humana y que se debe permitir sin prestarle demasiada atención. Ante una
crisis, nuestro cuerpo fabrica adrenalina y nosotros traducimos la adrenalina
en emociones como la rabia. Es una reacción de defensa ante una amenaza. No es
patológica, permítetela. Cuando dejes de percibir el VIH como una amenaza, te
tranquilizarás y se te pasará el cabreo. Éste es el momento de trabajar tu
percepción de amenaza, los temores que te suscita el VIH, los miedos que te
están apareciendo. Es el momento de expresarlos, afrontarlos, entenderlos y
solucionarlos. Te darás cuenta de que, una vez expresados y afrontados, los
temores empequeñecen.
La siguiente reacción normal es la depresión.
Especialmente se da por la parte de duelo por tragedia que toca y tiene un
componente de indefensión. De repente te das de morros contra tu
vulnerabilidad, con que no eres más que una hoja que mueve el viento y no el
hombre indestructible que creías ser. Eso asusta… y mucho. Sin embargo, ésta es
la realidad de la vida: somos frágiles. Y podemos infectarnos, podemos tener un
accidente, podemos perder a un ser querido. Una riada se nos puede llevar como
si fuésemos muñequitos. Quizá el diagnóstico de VIH sea la primera noticia que
tienes de tu vulnerabilidad pero siempre ha estado ahí. Y es eso, no el VIH en
realidad, lo que te hace sentir tan asustado. ¿Nunca has pensado que si el VIH
no te hiciera vulnerable no le temerías tanto?
Sin embargo, fíjate
por dónde, asumir que uno es vulnerable y que –por supuesto- nos puede
sobrevenir una enfermedad como a cualquier otro, nos ancla en el disfrute del
momento presente. Te cambian los chips y te das cuenta de cuáles son las cosas
verdaderamente importantes de la vida.
A
pesar de ello, ésta es la peor etapa, porque en ella sueles darte cuenta de
cuántas mochilas llevabas colgando: que no asumes con orgullo que eres gay, que
te avergüenza hablar de tus prácticas sexuales porque son mariconadas,
que no confiabas realmente en encontrar a un hombre que te amase de corazón,
que habías puesto toda tu energía en construir un cuerpazo con el que
impresionar a los demás porque en el fondo siempre te has sentido inferior y te
preocupa muchísimo deteriorarte físicamente. Éste también es el momento de que
seas comprensivo contigo mismo, piensa que eras el “maricón de mierda”
del colegio, así que tampoco es de extrañar que terminases con una autoestima
tan deteriorada, cariño. Esta es la etapa en la que todas tus mierdas
salen a flote. Lo que más duele es darte
cuenta de que tu VIH ha destapado tu alcantarilla y todo aquello que quisiste
arrojar allí, está reclamando que bajes a ponerle solución. Y eso sí que
asusta. Cuando quieras podemos ponernos manos a la obra. Hay una ley en
psicología que dice “todo lo que se aprende puede desaprenderse”. Si la vida te
ha enseñado a sentirte mal, puedes “desaprenderlo” y aprender a sentirte
optimista, ¿te animas?
Muchos de mis
pacientes han pasado una fase de negociación. No se da en todos los
duelos pero en los duelos por VIH es bastante frecuente. La negociación
consiste en hacer cosas para que la vida (o dios, o el cosmos o el karma) te
corresponda con algo. Un ejemplo tradicional serían las promesas o los exvotos:
a cambio de curarse o de encontrar un buen marido, se va uno de peregrinación o
enciende velas en la iglesia. Por curioso que te parezca todos tenemos nuestras
supersticiones, nuestras creencias que no se sustentan en una evidencia
empírica firme y definitiva (pero que dan salsa a nuestras vidas). En los casos
de infección por VIH muchos de mis pacientes me cuentan cosas como “he empezado
una dieta macrobiótica rica en antioxidantes y carotenos porque eso fomenta la
producción de una glucoproteína que combinada con…” o “voy a empezar a
hacer meditación porque si equilibro mis chakras conseguiré mantener mis
defensas en…” o “ya no vuelvo a salir de fiesta, ahora tengo que cuidar
mi hígado y no volveré a probar el alcohol…”. Al final, ni te puedes pasar
la vida comiendo un kilo de zanahorias al día ni te vas a dedicar a meditar
cuando lo que te gusta es dar botes en la discoteca. Eso sin mencionar que,
desde luego, la vida es más triste sin compartir –al menos de vez en cuando-
una copita con los amigos.
Que no se te
olvide…
Nadie
nace sabiendo. Los seres humanos tenemos tantas cosas que aprender para
desenvolvernos en unos mundos tan complejos como los nuestros que, en muchas
ocasiones, no nos queda más alternativa que lanzarnos a la piscina e intentar
vivir unas circunstancias (para las que nadie nos preparó) de la mejor manera
que se nos ocurre. Eso supone equivocarnos muchas veces en el camino porque es
la única forma que nos queda para poder aprender a vivir una vida para la que
no existe manual de instrucciones. No te sientas desamparado. En la convivencia
con el VIH la historia tiene ya treinta años y otros pueden ayudarte a adaptarte.
Supera tus miedos y trata aprender a sobreponerte. Al menos inténtalo. Como
dicen los héroes: “mejor fracasado que cobarde”.
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