dimarts, 20 de desembre del 2011

RESULTADO: POSITIVO EN VIH.


En esta vida hay cosas que es mejor que no sucedan. Hasta aquí estamos de acuerdo: no tendría sentido tanta campaña de prevención del VIH si fuese exactamente lo mismo tenerlo que no tenerlo. Pero una vez que sucede, una vez que se produce la infección, también es cierto que hay dos formas de llevarlo. Puedes llevarlo mal, hundirte y permitir que todo el peso del estigma te robe tu vida. O puedes llevarlo muy bien, como se llevan otras tantas cosas que a veces suceden y plantearte el reto de que apenas afecte a tus proyectos. No sólo es posible sino que se puede aprender a conseguirlo.
(Artículo de Gabriel J. Martín, psicólogo de la Coordinadora Gai–Lesbiana y de Gais Positius. Ilustraciones: Albert Boté para la revista Gay Barcelona)

 
Cuando los compañeros de “Gay Barcelona” me pidieron que hablase de la vivencia con el VIH en este número de la revista me sentí contento por poder compartir con todo el mundo los resultados y vivencias de mi trabajo en los últimos tres años. Unos años intensísimos en los que he visto (literalmente) a cientos de hombres VIH+ adaptarse a su nueva situación. Como psicólogo procuro focalizar siempre en los aspectos constructivos de cualquier contexto y sobre ello será sobre lo que hable en este artículo.



Adaptación es la clave.
      Todo el mundo sabe que soy un friky de la etimología, así que no me esconderé. Además, la etimología de la palabra “adaptación” es especialmente hermosa. Viene del latín “ad aptum” que viene a significar “llegar a hacerse apto”. Por tanto, “adaptarse” transmite en su esencia el sentido de “aprender aquello que es necesario aprender para poder hacer tal cosa o vivir de tal manera”.

La noticia de que eres seropositivo no debería significar más que el hecho de tener que aprender una serie cosas. Tendrás que adquirir algunos conocimientos estrategias, hábitos y habilidades exactamente igual que si te mudases a vivir a Nueva York. En ese caso también tendrías que adquirir conocimientos (idiomas, cómo se organiza la red de metro), estrategias (aprender cómo se hacen amistades en este contexto social concreto), hábitos (levantarte y acostarte dos horas antes de lo que lo hacías en España) y habilidades (¿cómo se cocina sin aceite de oliva?). Todo cambio en la vida supone esto. A veces los cambios nos entusiasman y aprendemos una barbaridad de cosas sin esfuerzo (como cuando nos mudamos a nueva York) pero –a veces- los cambios nos vienen impuestos y no nos hace ni puta gracia tener que ponernos a aprender nada.

Así que intentaré facilitarte la tarea con algunas indicaciones que (como siempre digo) no pueden sustituir el asesoramiento directo por parte de un profesional cualificado. Debo decírtelo con claridad: si quieres, puedes ver el VIH desde el “pobrecito”, desde el estigma, desde el miedo y desde la disfuncionalidad, pero no cuentes conmigo ni para eso ni para enseñarte a lamerte las heridas (seguro que encuentras otros que   lo hagan). Conmigo podrás contar para plantearte el reto de aprender a hacer las cosas de tal manera que tener VIH no sea un obstáculo en tu vida y poder seguir viviendo como siempre quisiste hacerlo. O, al menos, intentarlo. Como psicólogo no quiero servirte para otra cosa. 



      “¿Me voy a morir?”, “¿me voy a deteriorar?”, “¿soy una bomba infecciosa?”, “¿debo avisar a mis amantes antes de tener sexo con ellos?”. Yo me sorprendo de que, aún, éstas sean las preocupaciones que primero asaltan a un hombre seropositivo recién diagnosticado. La respuesta para todas es “no”: no te morirás por culpa del VIH, no te vas a deteriorar, no eres ninguna bomba y no eres el responsable de la salud sexual de los demás, sino solamente de la tuya propia.

      En estos momentos, los tratamientos con antirretrovirales son capaces de mantener tu VIH indetectable de manera que la afectación a tu cuerpo será mínima. Personalmente opino que es mejor iniciar el tratamiento tan pronto uno se ha diagnosticado al margen de cómo se tengan las defensas (el recuento de CD4) y esta opinión no la sostengo porque sí sino viendo la experiencia de mis pacientes y a partir de lo que nos dicen los científicos. El equipo del doctor Gatell (Clínic) es muy partidario de ello. También lo son otros doctores como Clotet (Can Ruti), Moreno (Ramón y Cajal), del Romero (Sandoval), etc. que nos explican en diferentes encuentros científicos los efectos inflamatorios y oxidatorios del VIH y de cómo la mejor manera de prevernirlos y garantizar una buena calidad de vida es con un inicio precoz del tratamiento. Además, como ya hemos comentado en otros artículos, estar indetectable hace que sea realmente muy difícil poder transmitir el VIH a otra persona. Los efectos secundarios se han reducido notablemente hasta el punto de que muchos pacientes me cuentan que “si no fuese porque me lo dice unos números en un papel cada tres meses, ni me enteraría de que tengo VIH”.   

    Tendrás que aprender qué son los CD4, qué es la carga viral, el “logaritmo” y las diferentes familias de antiretrovirales. Tendrás que aprender qué niveles de defensas son buenos, aceptables, preocupantes o malos. Aprenderás sobre los hábitos de salud más aconsejables: dieta equilibrada, ejercicio moderado y no ingerir demasiados tóxicos (vamos, como todo el mundo). Aprenderás sobre cómo mantener unos buenos niveles de calcificación, de equilibrio lipídico, de función renal y hepática. Adquirirás el hábito de chequearte periódicamente, de cuidarte, de estar vacunado. Aprenderás estrategias para reconocer a los serófobos y a la “gente tóxica” que no convienen como amistades. Adquirirás la habilidad de dialogar con tu cuerpo. Yo todo ello se convertirá en otra rutina más de tu vida cotidiana. Aparte de esto, no mucho más.


Una de las cosas que siempre comento con mis pacientes es “sigue haciendo tu vida de siempre”. El momento del diagnóstico es lo suficientemente estresante como para que –encima- le añadas la tensión de dejar de fumar, o de beber, o de drogarte. Está clarísimo que cuantos menos tóxicos ingieras, mejor para ti pero también está clarísimo que cuanto menos ansiedad añadas a tu situación, más llevadera será y antes la resolverás. Ya habrá tiempo de abandonar estas cosas cuando el adaptarte a convivir con el VIH ya no sea tu prioridad.


      Sobre si decirlo o no decirlo... pues, sinceramente, la respuesta depende de la motivación que te impulse a comunicarlo a quienes te rodean. Si te sientes obligado a decir que eres VIH+ “para que tengan cuidado conmigo”, quizá será mejor que lo comentes con un psicólogo y juntos trabajéis sobre tu autoestima. Seamos francos: considerarse a uno mismo “un peligro para los demás” nos está diciendo que algo no funciona bien en tu autoconcepto. Si, por el contrario, deseas compartirlo con los demás porque necesitas el apoyo de las personas que te quieren, la cosa cambia mucho. Emplea siempre el “criterio de la comodidad” y comunícalo sólo a aquellas personas con quienes te sientas cómodo, sólo en las situaciones en las que te sientas cómodo y sólo en los momentos en los cuales te sientas cómodo. 

Piensa que, naturalmente, a quien se lo comuniques le surgirán todas las mismas preguntas que te estás haciendo tú por lo que resulta más cómodo, para uno mismo, sentirse capaz de responderlas con seguridad antes de hablar con nadie. Si lo que te preocupa es decírselo a un candidato a novio, te remito a mi artículo de noviembre de esta misma revista (“Cielo… soy seropositivo”), donde abordo el tema con extensión. De cualquier manera te recuerdo que lo mejor es sondearlo desde el principio sacando el tema del VIH, en general, a ver cómo reacciona al hablar del tema. Igualmente, no olvides que no estás confesando ningún “defecto” y que si alguien te juzga negativamente es porque su ignorancia no le da para más (¡corre, este hombre no le conviene a nadie!). No olvides que el VIH no tiene porqué ser más limitante de lo que tú le quieras permitir. Cambian algunas cosas: no puedes donar sangre ni órganos, necesitarás consultar con un abogado antes de hacerte una hipoteca y puedes tener algunos problemas para entrar en Irak, Jordania o Rusia. Pero también es cierto que si adquieres los conocimientos, estrategias, habilidades y hábitos adecuados, no tiene porqué suponerte una barrera infranqueable para que continúes desarrollando tus proyectos. Hoy por hoy, ser VIH+ es tener una infección crónica y nada más. Sé asertivo y no permitas que nadie te convenza de lo contrario. La noticia siempre impacta pero una cosa es el sobresalto que a uno le produce un diagnóstico (ahora hablaremos de ello) y, otra muy distinta, es empezar a verse como un apestado. Eso sí que no, nene.


El primer impacto.

La reacción ante la noticia del diagnóstico depende de la personalidad de cada uno y de su biografía. Depende de si habías conocido a otros gais seropositivos, de si conocías algo sobre el curso de la infección, de si llevabas bien tu homosexualidad, de si no tenías ningún sesgo discriminador, etc. Depende de una constelación de factores interrelacionados.


De entrada te llevarás un susto (el shock es inevitable, hay que asumir que es normal acojonarse aunque sólo sea durante un rato) pero pasado el impacto emocional inicial todo irá reconduciéndose e irás aprendiendo a convivir con tu nueva situación.

      Si, por el contrario, vives tu sexualidad con vergüenza, tenías un sesgo serofóbico, aún llevas interiorizada la homofobia o tienes dificultades con tu gestión emocional, lo llevarás fatal. La mayoría de mis pacientes se dividen en tres grupos: recién diagnosticados, VIH+ de largo recorrido que necesitan trabajarse diferentes temas personales y VIH+ que llevan uno o dos años diagnosticados pero que no han resuelto el duelo de la infección. Estos últimos me cuentan cosas como “pensé que lo superaría, pero no puedo. Al contrario, cada día estoy peor: más avergonzado, más asqueado, más deprimido. Cada día salgo menos y lloro más, ¿qué me pasa?” En estos últimos casos trabajamos temas que ese hombre traía pendientes (sus “mochilas”) y que han sido las que le han impedido elaborar adecuadamente el duelo que la noticia del diagnóstico desencadena. Yo les explico que es normal, que no es patológico sentirse así, sino que es un proceso de movilización de sus recursos para afrontar algo que perciben como una amenaza. Que, por esa razón, algo en su interior pone sus debilidades encima de la mesa, para que las solventen y puedan continuar adelante confiando en que, suceda lo que suceda, serán capaz de afrontarlo. Explicaré el proceso de duelo por VIH.

 


Un duelo (no siempre) duele.
      Considero que existen dos tipos fundamentales de duelo y que, a la hora de resolverlos, es muy importante distinguir entre ambos. Existe el duelo por tragedia y el duelo por fracaso. La diferencia entre ellos radica en el origen del suceso que desencadena el duelo. Si lo que ha sucedido es algo cuyo control escapa por completo a la persona porque las causas son inevitables o inmutables, vivimos un duelo por tragedia. Si, por el contrario, la persona tenía control sobre las causas del suceso que desencadena el duelo, lo que vivimos es un duelo por fracaso. Ejemplos clásicos del duelo por tragedia son el fallecimiento de un ser querido o la pérdida de tus bienes por culpa de una catástrofe natural (una inundación, un terremoto).

No puedes controlar los movimientos tectónicos, ni tampoco evitar la muerte de nadie, así que no tienes control sobre este tipo de suceso. Ejemplos de duelo por fracaso son los suspensos, la ruptura de la pareja, el enfado con un amigo, etc. Se supone que controlas haber estudiado más o menos, haberte trabajado la relación más o menos, etc.       Cada uno de estos duelos tiene funciones diferentes.

El duelo por tragedia cumple el objetivo de diluir los lazos emocionales con la persona, objeto o situación perdida. Aquí, el pensamiento rumiativo y la revivencia mental de lo sucedido, tienen como objetivo disminuir la intensidad de las emociones desencadenadas.  A fuerza de darle vueltas y vueltas, llegará un momento en que cada vez duela menos, menos, menos… hasta que ya no duela de manera insoportable. Cuando no hay control sobre una situación, al ser humano sólo le queda adaptarse a ella y que deje de dolerle para poder seguir adelante y mantener una vida funcional. Donde más se nota este efecto es en la irreversibilidad de la situación: al no haber cura definitiva, una vez seropositivo, no hay (de momento) vuelta atrás y todo se centra en asumir esta nueva realidad irreversible. 


En cambio, en el duelo por fracaso, el pensamiento rumiativo (eso de darle vueltas y vueltas) tiene como misión que extraigas los aprendizajes de esa situación. Si ha salido mal porque la has cagado en alguna parte, mejor averiguar dónde y no volver a cometer esa equivocación. El ser humano adquiere una enormidad de aprendizajes por “ensayo y error” así que, este tipo de proceso puede ser muy enriquecedor si se sabe resolver adecuadamente.

      La particularidad del duelo por el VIH es que contiene elementos de ambos tipos de duelos. Ante una infección por VIH hay una parte la situación que permanece fuera de tu control: no puedes controlar la prevalencia ni la incidencia del VIH en tu ciudad, no puede controlar si el chico con el que te acuestas está indetectable o con la carga viral altísima, no puedes controlar que (¡a veces ocurre!) confíes en la monogamia de tu pareja y que te infectes porque él se ha infectado mientras te era infiel con otro hombre. No puedes controlar todo en esta vida. A veces pasan cosas que no controlamos y, cuando pasan, nos desencadenan un proceso de duelo por tragedia. Del mismo modo, hay una parte de duelo por fracaso: “no usé el preservativo sistemáticamente en todas mis relaciones” o “calibré mal y no pensé que ese chico tenía carga viral (y alta)” o “aquella tercera copa me sentó mal y perdí el control durante una hora”. El etcétera, ya lo sabemos, es larguísimo. Añadiré que en lo relativo al componente de duelo por tragedia, ante la infección por VIH es necesario trabajar el proceso de pérdidas (cuando se cambia de etapa siempre hay algo que permanece, algo que aparece y algo que desaparece: esto ya lo decía Aristóteles en el s. IV AC) así como las emociones que se desatan ante el diagnóstico. En lo referente a la parte de duelo por fracaso, se trata de adquirir nuevos aprendizajes que nos hagan aptos para nuestra nueva situación.
 
      Eso sí: lo primero que debes saber es que todo hay que contextualizarlo. Comparado con otros seres humanos, no has hecho nada especialmente torpe y te lo explicaré con un ejemplo. Todos los heterosexuales se han emborrachado en alguna ocasión y, al día siguiente, han despertado en la cama de una/a desconocido/a después de haber tenido sexo sin protección. Ellos difícilmente se habrán infectado de VIH (quizá se han embarazado, eso sí). Si eso le sucede a un gay, la probabilidad de que se infecte de VIH es muchísimo más alta debido a que, en nuestra comunidad, con nuestras prevalencias e incidencias tan altas, es muy fácil infectarse. No eres ni más torpe (ni más listo) que cualquier otro ser humano.



Etapas clásicas.
      Un duelo suele atravesar diferentes etapas. A veces estas etapas se solapan, a veces hay etapas que no se producen, a veces se salta de una a otra y, a veces, no se desencadena ningún tipo de duelo. La primera reacción tras el impacto inicial es la de
negación. A menudo imaginamos que una persona en esta situación se pasa el día diciendo “no lo acepto, no lo asumo” o “¿VIH? ¡Yo no tengo VIH!”. Pero por negación también entendemos seguir viviendo como si no hubiese pasado absolutamente nada y, de hecho, esta es una reacción bastante habitual… y lógica. Tener VIH no significa absolutamente nada a no ser que lo tuyo sea un diagnóstico tardío. Pero, entre que una persona se infecta y que aparecen los primeros problemas de salud, pueden llegar a pasar entre ocho y diez años. Si te diagnostican en los momentos iniciales de la infección, quiere decir que pasarán años en los que el VIH no te afectará en nada incluso sin necesidad de medicarte. El hecho de no presentar “señales” hace que el duelo no se desencadene hasta pasado mucho tiempo. Habitualmente la parte más dolorosa del duelo (las siguientes etapas) no sucede hasta que el paciente no inicia el tratamiento porque, hasta ese momento, nada en su vida “señalaba” que tenía el VIH y podía permanecer en esta etapa de negación, de dulce ignorancia, de “inocencia”.

A la negación suele seguirle la rabia: “¿porqué me ha pasado esto a mí?”, “¡ese cabrón me tenía que haber avisado!”, “¡no te puedes fiar de nadie!” o “¡soy un auténtico gilipollas, quién me manda follar a pelo!”. Hay quienes, incluso, desarrollan toda una teoría conspiranoica sobre las perversas intenciones de la industria farmacéutica tratando de crear culpables. Al fin y al cabo se trata de una reacción de rabia que es normal, que es humana y que se debe permitir sin prestarle demasiada atención. Ante una crisis, nuestro cuerpo fabrica adrenalina y nosotros traducimos la adrenalina en emociones como la rabia. Es una reacción de defensa ante una amenaza. No es patológica, permítetela. Cuando dejes de percibir el VIH como una amenaza, te tranquilizarás y se te pasará el cabreo. Éste es el momento de trabajar tu percepción de amenaza, los temores que te suscita el VIH, los miedos que te están apareciendo. Es el momento de expresarlos, afrontarlos, entenderlos y solucionarlos. Te darás cuenta de que, una vez expresados y afrontados, los temores empequeñecen.



      La siguiente reacción normal es la depresión. Especialmente se da por la parte de duelo por tragedia que toca y tiene un componente de indefensión. De repente te das de morros contra tu vulnerabilidad, con que no eres más que una hoja que mueve el viento y no el hombre indestructible que creías ser. Eso asusta… y mucho. Sin embargo, ésta es la realidad de la vida: somos frágiles. Y podemos infectarnos, podemos tener un accidente, podemos perder a un ser querido. Una riada se nos puede llevar como si fuésemos muñequitos. Quizá el diagnóstico de VIH sea la primera noticia que tienes de tu vulnerabilidad pero siempre ha estado ahí. Y es eso, no el VIH en realidad, lo que te hace sentir tan asustado. ¿Nunca has pensado que si el VIH no te hiciera vulnerable no le temerías tanto?
 
Sin embargo, fíjate por dónde, asumir que uno es vulnerable y que –por supuesto- nos puede sobrevenir una enfermedad como a cualquier otro, nos ancla en el disfrute del momento presente. Te cambian los chips y te das cuenta de cuáles son las cosas verdaderamente importantes de la vida.


A pesar de ello, ésta es la peor etapa, porque en ella sueles darte cuenta de cuántas mochilas llevabas colgando: que no asumes con orgullo que eres gay, que te avergüenza hablar de tus prácticas sexuales porque son mariconadas, que no confiabas realmente en encontrar a un hombre que te amase de corazón, que habías puesto toda tu energía en construir un cuerpazo con el que impresionar a los demás porque en el fondo siempre te has sentido inferior y te preocupa muchísimo deteriorarte físicamente. Éste también es el momento de que seas comprensivo contigo mismo, piensa que eras el “maricón de mierda” del colegio, así que tampoco es de extrañar que terminases con una autoestima tan deteriorada, cariño. Esta es la etapa en la que todas tus mierdas salen a  flote. Lo que más duele es darte cuenta de que tu VIH ha destapado tu alcantarilla y todo aquello que quisiste arrojar allí, está reclamando que bajes a ponerle solución. Y eso sí que asusta. Cuando quieras podemos ponernos manos a la obra. Hay una ley en psicología que dice “todo lo que se aprende puede desaprenderse”. Si la vida te ha enseñado a sentirte mal, puedes “desaprenderlo” y aprender a sentirte optimista, ¿te animas? 
 
Muchos de mis pacientes han pasado una fase de negociación. No se da en todos los duelos pero en los duelos por VIH es bastante frecuente. La negociación consiste en hacer cosas para que la vida (o dios, o el cosmos o el karma) te corresponda con algo. Un ejemplo tradicional serían las promesas o los exvotos: a cambio de curarse o de encontrar un buen marido, se va uno de peregrinación o enciende velas en la iglesia. Por curioso que te parezca todos tenemos nuestras supersticiones, nuestras creencias que no se sustentan en una evidencia empírica firme y definitiva (pero que dan salsa a nuestras vidas). En los casos de infección por VIH muchos de mis pacientes me cuentan cosas como “he empezado una dieta macrobiótica rica en antioxidantes y carotenos porque eso fomenta la producción de una glucoproteína que combinada con…” o “voy a empezar a hacer meditación porque si equilibro mis chakras conseguiré mantener mis defensas en…” o “ya no vuelvo a salir de fiesta, ahora tengo que cuidar mi hígado y no volveré a probar el alcohol…”. Al final, ni te puedes pasar la vida comiendo un kilo de zanahorias al día ni te vas a dedicar a meditar cuando lo que te gusta es dar botes en la discoteca. Eso sin mencionar que, desde luego, la vida es más triste sin compartir –al menos de vez en cuando- una copita con los amigos.

      Todo esto se equilibra cuando llegas a la fase de resolución donde ya has superado la herida emocional y extraído los aprendizajes de la experiencia vivida. Terminas dándote cuenta de que sí: tienes que hacerte una analítica cada 3 meses y tienes que tomar un tratamiento, pero –siendo honestos- tu vida no ha cambiado tanto y las cosas ya no son como hace treinta años. Has adquirido los hábitos, herramientas, conocimientos y habilidades que necesitabas para “hacerte apto” y las cosas toman otro color.

     
Que no se te olvide…

Nadie nace sabiendo. Los seres humanos tenemos tantas cosas que aprender para desenvolvernos en unos mundos tan complejos como los nuestros que, en muchas ocasiones, no nos queda más alternativa que lanzarnos a la piscina e intentar vivir unas circunstancias (para las que nadie nos preparó) de la mejor manera que se nos ocurre. Eso supone equivocarnos muchas veces en el camino porque es la única forma que nos queda para poder aprender a vivir una vida para la que no existe manual de instrucciones. No te sientas desamparado. En la convivencia con el VIH la historia tiene ya treinta años y otros pueden ayudarte a adaptarte. Supera tus miedos y trata aprender a sobreponerte. Al menos inténtalo. Como dicen los héroes: “mejor fracasado que cobarde”.







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