"Después suspirando, dijo el otro: “Entonces permíteme que me presente,
yo soy el Amor que no se atreve a pronunciar su nombre.”"
Cuando el joven Alfred Douglas conoció a Oscar Wilde, tenía 21 años, mientras el escritor irlandés 37. Wilde tenía un evidente sobrepeso, un tratamiento contra la sífilis lo había dejado fofo y demacrado, su encanto estaba en su personalidad: cínico, brillante, provocador... Y decidieron vivir peligrosamente.
No solo frecuentaban con los jóvenes prostitutos de la ciudad, sino que lo hacían visiblemente. La relación no fue fácil, las tensiones entre ambos fueron enormes, Bosie (Douglas) se aprovechaba del dinero de Wilde y este vivía un camino hacia su propia autodestrucción.
El padre del joven Lord, un ser abyecto y amoral, acosó a la pareja y esta decidió denunciarle por difamación e injurias. La confrontación fue violentándose y Douglas animó a Wilde a enfrentarse con su propio padre. Pero Wilde acabó siendo acusado de "grave indecencia", un eufemismo de la época para referirse a la homosexualidad pública o privada, por ello fue llevado a juicio, el cual perdió y se convirtió en uno de los mayores escándalos de la sociedad de la época. Wilde fue encarcelado durante dos años. Cuando salió se fue a vivir con Douglas a Nápoles durante tres meses y posteriormente vivió en París, donde murió en soledad. Tras el breve encuentro, Bosie se desentendió plenamente del escritor irlandés.
Durante el juicio salió a la luz el poema de Alfred Douglas "Dos amores", el abogado acusador preguntó por la última frase del poema:
Soñé que me encontraba en una pequeña colina
Y a mis pies se extendía la tierra, que se asemejaba
a un jardín abandonado que crecía a su antojo,
poblado de espinas y flores. Veía lagos que soñaban
en negro y sin control; veía pequeñas lilas blancas,
sólo unas pocas, y crocusas y violetas
púrpuras o pálidas, fritilarias con forma de serpiente
apenas vistas entre la alta niebla, y entre pedazos de verde
vi ojos azules manchados por la luz de la luna
o por las sombras de los caprichosos humores de la naturaleza;
y aquí a uno que había bebido del tono transitorio
del breve momento de un atardecer; hojas
de hierba que en un centener de primaveras
las estrellas habían alimentado cuidadosamente.
Y bañadas con el aromático perfume de las lilas
y los rayos que habían visto tan sólo la gloria de Dios,
pues nunca un amanecer apaga el luminoso aire del cielo
Más allá, abrupto, se alzaba un muro de piedra
cubierto por un musgo de terciopelo;
y allí fijé mi mirada durante un largo intervalo, sorprendido
al contemplar un lugar tan extraño, tan dulce, tan hermoso.
Así estaba, asombrado, cuando a través
del jardín apareció un joven; tenía una mano alzada
para protegerse del sol, su cabello revuelto por el sol
estaba decorado con flores y en su mano llevaba
un puñado purpura de uvas gloriosas. Sus ojos
eran tan claros como el cristal y tan desnudos como él
blanco como la nieve que cubre caminos de montaña
nunca hollados por el pie humano,
rojos eran sus labios como el vino que salpica
un suelo de mármol, su frente calcedonia.
Se acercó, con sus amables labios
entreabiertos, cogió mi mano, besó mi boca
y me dio las uvas para que las comiera. Entonces me dijo:
“Dulce amigo, ven conmigo y te enseñare tres sombras
del mundo e imágenes de vida. Mira desde el sur
como viene el triste espectáculo que nunca tuvo final.
Y, ¡oh!, dentro del jardín de mis sueños
ví a dos seres caminando en una llanura bañada
de luz dorada. Uno parecía feliz, y aparentaba
ser hermoso y vital, un dulce cantar
salía de sus labios; cantaba de bellas damas
y del hermoso amor entre una chica y un chico,
sus ojos eran brillantes y entre las espadas danzantes
de la ibera dorada sus pies caminaban con placer.
En su mano llevaba una flauta de marfil
con líneas de oro, que eran como cabellos de doncella,
y cantaba con una voz tan melodiosa como la flauta
y alrededor de su cuello tres cadenas de rosas tenía,
Pero el que era su camarada se acercó por un costado,
estaba triste y dulce, y sus grandes ojos
eran extraños y llenos de un brillo aterrador, contemplándolo
todo con su mirada; y suspiraba repetidas veces
tantas que me conmovieron; sus mejillas eran pálidas y blancas
como lánguidas lilas, sus labios eran rojos
como amapolas, y sus maños estaban ora crispadas en un puño
ora abiertas, y su cabeza estaba cubierta por flores de la luna
tan pálidas como los labios de la muerte.
Vestía una túnica púrpura, cubierta de oro
con el dibujo de una gran serpiente cuyo aliente
era una llamarada, y cuando le vi
sentí una gran pena, y grité: “Dulce joven,
dime ¿por qué, triste y suspirando, vagas
por estos apacibles lugares? Te lo ruego, dime la verdad,
¿cuál es tu nombre? Él respondió: “Mi nombre es Amor.”
Inmediatamente, el primero se dio la vuelta hacia mí
y grito: “Está mintiendo, ya que su nombre es Vergüenza,
pero yo soy Amor, y yo estaba acostumbrado a estar
solo en este bello jardín, hasta que él vino
sin ser llamado durante la noche; yo soy el verdadero Amor,
yo lleno los corazones de ella y de él con fuego mutuo.”
Después suspirando, dijo el otro: “Entonces permíteme que me presente,
yo soy el Amor que no se atreve a pronunciar su nombre.”
Tras la muerte de Wilde, Douglas se casó con Olive Eleanor Custance, una poetisa de familia adinerada. Abrazó el catolicismo y defendió posturas ultraconservadoras y racistas. Sus disputas contra Churchill le llevaron a la cárcel, allí pudo entender la dureza que vivió Wilde escribiendo su mejor poema In Excelsis-
Wilde durante su cautiverio le escribió, De Profundis, al final de la misma podemos leer: «Viniste a mí para aprender el Placer de la Vida y el Placer del Arte. Acaso se me haya escogido para enseñarte algo que es mucho más maravilloso, el significado del Dolor y su belleza. Tu amigo que te quiere, Oscar Wilde».