La llegada al papado de Gregorio IX, en 1227, significó una nueva persecución de los disidentes. Empezó a ganar terreno la idea de un tribunal permanente papal, no episcopal, para la herejía, la Inquisición Medieval.
Joaquin Pinto, La Inquisición (1842 – 1906) |
La misión de este tribunal será descrubrir librepensadores, juzgarlos y tras la declaración de culpabilidad, el condenado, tal como expresaba un eufemismo, «se relajaría en el brazo secular», es decir, sería entregado a las autorirades civiles para su pronta incineración.
Hasta entonces la mayoría de los obispos carecían del vigor intelectual, y acaso del ánimo, para emprender una matanza ininterrumpida de las ovejas descarriadas de su rebaño, no estaban muy seguros de lo que constituía exactamente herejía; otros transigían o eran complacientes debido a los lazos de parentesco, y otros, simplemente, eran corruptos.
Gregorio creía que no habría vigilancia efectiva de las almas mientras se encargaran de ello los obispos y por ello concedió un amplio poder judicial a los legados papales, a quienes se envió por toda Europa para reprimir la herejía.
Muchos de los elegidos para esas funciones demostraron ser enfermos sociales con exceso de celo, como el siniestro Conrado de Marburgo. Allí donde iba Conrado aparecían multitudes de insospechados herejes: en iglesias y castillos, pueblos y feudos, conventos y ciudades. Cientos, acaso miles, fueron enviados a la hoguera, a menudo el mismo día en que habían sido acusados.
En el Languedoc, Gregorio demostró tener menos escrúpulos Quien delatara a un hereje recibiría una recompensa que haría efectiva la ya exigua tesorería del conde Raimon VIII. Las propiedades confiscadas se dividían entre el informador, la Iglesia y la corona. Una simple acusación, aunque fuera falsa, y eran enviados a la hoguera y el delator se llevaba una buena parte.
Para terminar el trabajo iniciado por la cruzada, pensó en los dominicos, aptos para ir a perseguir y castigar. En la primavera de 1233, se nombraron inquisidores papales en Tolosa, Albi y Carcasona. Tendrían sucesores en distintas partes de Europa y Latinoamérica durante más de seiscientos años. Había nacido la Inquisición, y miles de personas acabarían ardiendo en múltiples barbacoas.
"El inquisidor llegaba a la ciudad y consultaba a los clérigos. Se requería a todos los hombres de más de catorce años y a las mujeres de más de doce que hicieran profesión de fe ortodoxa; los que no lo hacían eran los primeros en ser interrogados. En su sermón inaugural, el inquisidor invitaba a las personas de la zona a pensar bien en sus actividades pasadas y presentes y a que se presentaran a la semana siguiente para hacer declaraciones confidenciales. Tras su período de gracia de siete días, los pecadores que no se hubieran denunciado a sí mismos recibirían una citación judicial. Los renuentes corrían peligro de recibir un castigo severo, desde la pérdida de propiedades hasta la pérdida de la vida." (1)
Una de las consecuencias de estas sanguinarias persecuciones fue el incremento del odio popular contra los dominicos. En algunas ciudades fueron apaleados ellos y sus funcionarios (familiares), en otras ocasiones hubo herejes que fueron protegidos por otras órdenes religiosas, el císter por ejemplo. Con el nacimiento de la Inquisición nadie estaría seguro.
Ejecución de herejes. Extractos de grabados de las historias de los santos.Ludwig Rabus |
Textos resumidos
Los Cátaros. Stephen O'Shea. Ediciones BSA, Zeta bolsillo, 2010.
(1) Texto procedente de este mismo libro.