Auto de fe, Valladolid 1559 |
La Salamanca de 1575 vivía en un régimen de terror donde la envidia, las delaciones, los autos de fe o las detenciones masivas frenaban cualquier avance en el progreso de la ciudad.
Diez años antes, en mayo de 1959 tuvieron lugar dos autos de fe en la Plaza Mayor de Valladolid, la segunda presidida por el propio rey Felipe II de Castilla.
17 personas fueron quemadas vivas, junto a los huesos de dos mas que ya habían fallecido. Con el pretexto de perseguir seguidores de Lutero, fueron quemados vivos algunos de los más importantes intelectuales del reino de Castilla. Algunos como el humanista Agustín de Cazalla, ante la amenaza de ser quemado y tras ser torturado, se tuvo que retractar de sus ideas. Sus hermanos fueron quemados vivos, su madre sacada de la tumba y tirados sus huesos a la hoguera.(1)
Este clima de terror animó a los sectores mas reaccionaros a ajustar cuentas con propios y extraños, fueran inocentes o no. La delación podía acabar con la mas brillante carrera, aunque si el acusado formaba parte de la alta nobleza tenía unos derechos que le hacían menos vulnerable, el rey siempre tenía la última palabra. Las acusaciones habituales eran de herejía o sodomía. De las primeras, la Inquisición tenía plenas competencias, de las segundas las autoridades civiles. En Castilla a diferencia de los reinos de la Corona de Aragón, las leyes con el pecado nefando era durísimas y competían a la justicia civil.
Diego López de Zuñiga y Sotomayor era miembro de una poderosa familia, hermano del duque de Béjar y tío del de Medina Sidonia, le hacían un noble intocable. Pero los sectores mas fundamentalistas de la ciudad desconfiaban de él. Los dominicos y el obispo de Salamanca hablaban de los "excesos de don Diego y su modo de vivir". Estos solicitaron al rey poder iniciar la investigación, hecho que les fue concedido con la orden de absoluta discreción.
Pronto tomaron declaración a los delatores, muchos de ellos enemigos declarados del Rector. Por ejemplo un fraile que aspiraba a la cátedra de Teología y no había sido aceptado. Como fiscal nombraron a un dominico, Domingo de Guzmán por si fuera poco, mas interesado en corroborar su culpabilidad, que en conocer la verdad. Los datos que dieron estos señalaron al rector como un hombre afeminado, que se rodeaba siempre de bellos estudiantes a los que promocionaba, que le gustaba dormir con sus pajes y había acosado a más de un bello mancebo. Declaraciones interesadas y de oídas.
Con estos datos el rey permitió su detención, señalando que se tuvieran en cuenta su condición de capellán y miembro de una ilustre familia. En las declaraciones lo negó todo y señaló la falta de pruebas. En las declaraciones, el estudiante supuestamente acosado lo negó, explicó que le dolía la espalda y Don Diego le dio un masaje a petición suya. Los pajes, temerosos de los métodos de los alguaciles, cantaron todo lo que el tribunas quería oír. Eso si todo de oídas y nada concreto. La clave era encontrar a los dos pajes que supuestamente habían dormido con él, pero estos temerosos de lo que les podía pasar, se dieron a la fuga.
Auto de fe en la Castilla del siglo XVII |
Así cuando se llegó a juicio el único testimonio fehaciente era el del fraile delator, fr Pedro de Fonseca, había fallecido y los pajes estaban desaparecidos. En un juicio normal no se habrían seguido tantas precauciones, pero don Diego era de una familia poderosa que presionaba al rey. Y así se alargó en el tiempo, hasta que el rector enfermó. El rey para evitar su fallecimiento ordenó su internamiento en varios Monasterios, hasta que muchos años despues fue puesto en libertad por falta de pruebas en 1583. La familia agradeció al rey el hecho, señalando su inquebrantable adhesión.
"El precio que pagó don Diego por su aparente delito fue ser despojado del cargo de rector de Salamanca, perder sus privilegios, haber estado preso durante años y tener que vivir recogido y dependiente de su hermano hasta el fin de sus días en Béjar" (2)
Esta es una historia más de como en Castilla se fueron acallando las voces de las mentes mas libres, cayendo en un precipicio de miseria a mayor gloria de los Grandes que jamás movieron un dedo para su progreso.
(1) El hereja, Miguel Delibes.
(2) Pícaros y homosexuales en la España Moderna. M Peña Díaz y F. Bruquetas, Randon House Mondadori, Debolsillo.