Ἃ δ' ἂν ἐν θεραπείῃ ἢ ἴδω, ἢ ἀκούσω, ἢ καὶ ἄνευ θεραπηίης κατὰ βίον ἀνθρώπων, ἃ μὴ χρή ποτε ἐκλαλέεσθαι ἔξω, σιγήσομαι, ἄῤῥητα ἡγεύμενος εἶναι τὰ τοιαῦτα. Juramento hipocrático (En cualquier casa donde entre, no llevaré otro objetivo que el bien de los enfermos; me libraré de cometer voluntariamente faltas injuriosas o acciones corruptoras y evitaré sobre todo la seducción de mujeres u hombres, libres o esclavos.)
Se conocen muchas historias referentes a la Inquisición, pero se desconoce la función que médicos y cirujanos tenían dentro del Santo Oficio.
No siempre la profesión médica ha seguido estos bellos preceptos del juramento hipocrático. Lo pudimos ver en los médicos de los campos de concentración alemana. Seguidores suyos en España siguieron sus pasos, un ejemplo fue Antonio Vallejo-Nájera conocido como el Josef Mengele español, quien aconsejó la esterilización eugenésica de las presas republicanas y de los homosexuales, organizando un entramado de torturas represivas en manicomios y prisiones que llevó a muchas personas al suicidio.
Pero fue durante los siglos XV-XVII y en los territorios de las coronas de Castilla y Aragón cuando este juramento fue abandonado de forma mas terrible. La función de los cirujanos no era velar por la salud del reo, sino todo lo contrario.
En primer lugar debían explorar al reo, si veían desgarros anales, sangre o heridas, dictaminaban que se trataba de un sodomita. Para ellos la posibilidad de una violación no existía. Después asistían a los torturadores, su función no era velar por la salud del reo, ni tan siguiera curarlo. Su función era velar para que el tormento fuera los mas eficaz posible evitando su muerte, cuanta mas resistencia tuviera mas se le podía torturar. Cuando veían que un verdugo no era capaz de llegar al fondo, informaban contra él y buscaban a otro mas expeditivo. Cuando un reo moría era debido a la voluntad divina o culpa del propio reo por sus maldades.
Ricardo Lezcano en su trabajo "Los médicos y la tortura en la Inquisición española" señala:
Dícese, por ejemplo, en causa seguida a una tal Juana Gómez, hilandera de 50 años de edad, torturada por el tribunal de Granada, que habiéndose quedado dos veces desmayada en el potro, "se manda al medico para que la visitase, asistiese y la aplicase remedios con que se hallase más robusta y pudiese continuarse la diligencia". El médico informa que "examinados los pulsos los halla tardos, duros y débiles, que el halito del cuerpo es squalido, señales que testifican ser sujeto de calor natural débil que es el que con façilidad se rinde a cualquier causa que subito corrumpit naturam, como lo es cualquiera acción dolorosa... y lo que esta rea podria tolerar segun sus fuerzas sera hasta el terçer grado del tormento"'. No se sabe qué es más repelente en este caso, si el eufemismo de llamar "diligencia" al tormento o el lenguaje médico, que parece arrancado de la obra de Molière El enfermo de aprensión.
Desgraciadamente durante estos siglos médicos y cirujanos también colaboraron con los tribunales públicos, formando parte del personal tanto del Santo Oficio como del resto de juzgados. Rocío Rodríguez en su libro "Sodomía e Inquisición: El miedo al castigo" explica minuciosamente como funcionaban las torturas del Santo Oficio en los territorios de la Corona de Aragón.