dimecres, 5 d’octubre del 2016

LA CONDESA ELISABETH BÁTHORY, ENTRE LA LIBERTAD Y EL SADISMO.

Conocida como la condesa sangrienta, Isabel quiso ser una mujer libre en tiempos complicados. Su gusto por las chicas jóvenes fue más allá del sadismo más sofisticado.



Elisabeth Báthory (1560, 1610) era sobrina del rey de Polonia y pertenecía a una de las mas importantes familias aristocráticas de Hungría. Recibió una amplia educación, muy superior a la de cualquiera de los jóvenes nobles de la época, llegó a hablar y escribir correctamente en cuatro idiomas.  Desde pequeña sintió una especial atracción hacia el mundo del esoterismo y la brujería.

Aun una niña su familia concertó su boda con un aristócrata húngaro de Transilvania, el conde Ferencz Nadasdy, que doblaba su edad. A la pobre niña la enviaron a vivir allí, donde conoció a su puritana suegra que seria quien se encargaría de su formación. La relación entre ambas fue horrible, Elisabeth pertenecía a una familia de mayor rango que el de su suegra y no aceptaba sus mandatos.

Así a los 13 años quedó embarazada por un sirviente, éste fue castrado y ejecutado, ella recluida y el niño asesinado al nacer. Este suceso precipitó la boda. Al evento acudió toda la aristocracia de la zona, incluso el emperador Maximiliano II. Tras la boda el marido tuvo que adoptar el apellido de su esposa, al ser ella de mayor rango. Se fueron a vivir a un castillo de los Cárpatos que dominaba un amplio territorio de la actual Eslovaquia.

Su marido le gusta más guerrear, que estar en su castillo con su esposa a la que dejó sola. Conocido como el Caballero Negro, le encantaba empalar a sus enemigos. En los consejos a su esposa de como castigar a los criados encontramos todo un tratado de sadismo completo. Pero él era un guerrero y se le suponía la crueldad.



Mientras el marido guerrea, ella empieza a tener relaciones lésbicas con sus doncellas, relaciones que se decantaban hacia aspectos sadomasoquistas. Parece ser que este tipo de gustos no era propio de ella, pues alguna de sus familiares también destacaron en ello. Le gustaba clavar agujas o morder a sus amantes, entre otras "delicadezas".

El conde entre batalla y batalla tenia sus gustos también, así en otro campo de batalla, la cama de un burdel, fue asesinado por una prostituta a la que se negó a pagar. Elisabeth aprovechó para expulsar a su suegra y a toda su familia política de los territorios que ahora le pertenecían. Paralelamente se rodeó de alquimistas y mujeres y hombres sabios, a los que mas tarde se identificó como brujas y brujos.

Sea por el miedo a envejecer, sea por una derivación de sus gustos sádicos, sea por los consejos de su entorno, o posiblemente por todo ello, llegó a la conclusión de que la sangre de las vírgenes ayudaba a recuperar la juventud. Así empezó a llevar a las doncellas a una celda donde eran desangradas, la sangre vertida en una bañera y allí la condesa recuperaba la esperanza de una eterna juventud.


Sus gustos sádicos llevaron a torturar a sus doncellas para extraerles sangre, evitando su muerte para curarlas e reiniciar la tortura. Como si de un rebaño se tratara. Una de las costumbres que parece gustaron a la condesa es de que una vez bañada, las mismas doncellas lamieran su sangre para quedar limpia.

Con los años no quedaron doncellas para desangrar, y sus deseos se dirigieron hacia las jóvenes aristócratas. Entonces la justicia que había estado ciega actuó y la condesa fue procesada. Por si fuera poco el emperador era enemigo suyo y deseaba poseer sus posesiones. Así ocupado el castillo salieron a la luz todo tipo de perversiones, contadas por sus enemigos que seguramente exageraron los hallazgos.

En el juicio se le adjudicaron 650 asesinatos. Ella fue recluida a perpetuidad emparedada en su propio castillo, donde veía la luz del sol por una pequeña rejilla donde recibía poca comida para alargar su agonía, tardó 4 años en morir. Sus cómplices tuvieron más suerte, fueron ejecutados.

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