Acceso al grupo: https://www.facebook.com/groups/leopoldest/?fref=ts
Acceso a la II Parte: https://leopoldest.blogspot.com/2015/12/seleccion-poetica-ii-parte.html
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Kílix ático (siglo V a. C.) que representa un amante (ἐραστής) besando a su amado (ἐρώμενος). Museu del Louvre. |
TEOGNIS DE MÉGARA
Teognis de Mégara (siglos VI-V a. C.) cantó al amor a bellos jóvenes en breves poemas, en especial a Cirno su joven amante. Eran poemas destinados a los banquetes con presencia masculina casi exclusiva.
...
Encontrarás placer en el amor ya ido,
mas no serás tú dueño del que a tu lado pasa.
...
Dichoso aquel que estando enamorado
se forma en el gimnasio, vuelve a casa,
y duerme todo el día con un muchacho hermoso.
...
El amor por un joven es hermoso
tenerlo y es hermoso abandonarlo,
y es más fácil hallarlo que cumplirlo.
Mil males vienen de él, también mil bienes:
aquí su encanto, sí, precisamente.
...
Dichoso el que ama a un chico y del mar nada sabe
ni le importa la noche que cae sobre sus aguas.
...
Dulce y amargo y cruel y codiciable
antes de consumarse, oh Cirno, es el deseo.
Si lo cumples, dulzura se te hace; si obstinándote en él
no llegas a cumplirlo, es la mayor de todas las torturas.
...
(Traducción de Juan Manuel Rodríguez Tobal)
FEDERICO GARCÍA LORCA
Un 5 de junio del 1898 nacía en Fuente Vaqueros Federico García Lorca.
GACELA DEL AMOR IMPREVISTO.
Nadie comprendía el perfume
de la oscura magnolia de tu vientre.
Nadie sabía que martirizabas
un colibrí de amor entre los dientes.
de la oscura magnolia de tu vientre.
Nadie sabía que martirizabas
un colibrí de amor entre los dientes.
Cien caballos persas se dormían
en la plaza con luna de tu frente,
mientras yo enlazaba cuatro noches
tu cintura, enemiga de la nieve.
en la plaza con luna de tu frente,
mientras yo enlazaba cuatro noches
tu cintura, enemiga de la nieve.
Entre yeso y jazmines, tu mirada
era un pálido ramo de simientes.
Y yo busqué por mi pecho para darte
las letras de marfil que dicen siempre.
era un pálido ramo de simientes.
Y yo busqué por mi pecho para darte
las letras de marfil que dicen siempre.
Siempre, jardín de mi agonía,
tu cuerpo fugitivo para siempre,
la sangre de mis venas en tu boca,
mi boca ya sin luz para mi muerte.
tu cuerpo fugitivo para siempre,
la sangre de mis venas en tu boca,
mi boca ya sin luz para mi muerte.
20 años sin Jaime Gil de Biedma, el poeta de Barcelona
El 8 de enero de 1990 se fue Jaime Gil de Biedma, para muchos el mejor poeta de la generación de Barcelona de los 50 y 60. Escribió poco. Su poesía completa se recoge en un solo libro, Las personas del Verbo de apenas 200 páginas que edito en 1.982 Seix Barral.
CONTRA GIL DE BIEDMA
De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación -y ya es decir-,
poner visillos blancos y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?
Te acompañan las barras de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado
y dices que envejezco.
Podría recordarte que ya no tienes gracia.
Que tu estilo casual y que tu desenfado
resultan truculentos
cuando se tienen más de treinta años,
y que tu encantadora
sonrisa de muchacho soñoliento
-seguro de gustar- es un resto penoso,
un intento patético.
Mientras que tú me miras con tus ojos
de verdadero huérfano, y me lloras
y me prometes ya no hacerlo.
Si no fueses tan puta!
Y si yo supiese, hace ya tiempo,
que tú eres fuerte cuando yo soy débil
y que eres débil cuando me enfurezco
De tus regresos guardo una impresión confusa
de pánico, de pena y descontento,
y la desesperanza
y la impaciencia y el resentimiento
de volver a sufrir, otra vez más,
la humillación imperdonable
de la excesiva intimidad.
A duras penas te llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo.
Muriendo a cada paso de impotencia,
tropezando con muebles
a tientas, cruzaremos el piso
torpemente abrazados, vacilando
de alcohol y de sollozos reprimidos.
¡Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!
Hilario el Inglés, obispo de Orleans:
Poemas amatorios
(Siglo XII)
(Siglo XII)
7. A un muchacho de Anjou.
Joven singular y hermoso,
observa bondadoso, te suplico,
estos escritos que un admirador te envía;
míralos, léelos y aprovecha lo que leas.
Postrado en tu regazo;
de rodillas, las manos juntas,
como uno de tus suplicantes
no ahorro lágrimas ni plegarias.
Temo hablarte cara a cara;
el habla se me va y me quedo mudo,
de modo que admito por escrito mi mal,
con la esperanza de merecer cura.
¡Basta, miserable! Simplemente lo soporté
mientras traté de ocultar mi amor;
ahora, que ya no puedo disimular más,
termino por extender las manos, unidas.
Médico reclamo como paciente,
con las manos extendidas y suplicantes.
Sólo tú tienes la única medicina;
sálvame, pues, a mí, tu clérigo.
Tanto tiempo en temible cárcel encerrado,
a nadie he encontrado que de mí se apiadara;
pues no se me puede liberar con un regalo,
he de llevar una vida peor que la muerte.
¡Oh, cómo quisiera que desearas dinero!
¡Mío es el dolor! ¡Mío el sufrimiento!
Es necio de tu parte haber decidido[40]
que es ese comercio vicio.
Seguramente, joven, es locura
ser tan esquivo, …
Una solemne resolución de castidad
arruinó al bello Hipólito;
José casi encontró su fin
por despreciar el deseo de la reina
observa bondadoso, te suplico,
estos escritos que un admirador te envía;
míralos, léelos y aprovecha lo que leas.
Postrado en tu regazo;
de rodillas, las manos juntas,
como uno de tus suplicantes
no ahorro lágrimas ni plegarias.
Temo hablarte cara a cara;
el habla se me va y me quedo mudo,
de modo que admito por escrito mi mal,
con la esperanza de merecer cura.
¡Basta, miserable! Simplemente lo soporté
mientras traté de ocultar mi amor;
ahora, que ya no puedo disimular más,
termino por extender las manos, unidas.
Médico reclamo como paciente,
con las manos extendidas y suplicantes.
Sólo tú tienes la única medicina;
sálvame, pues, a mí, tu clérigo.
Tanto tiempo en temible cárcel encerrado,
a nadie he encontrado que de mí se apiadara;
pues no se me puede liberar con un regalo,
he de llevar una vida peor que la muerte.
¡Oh, cómo quisiera que desearas dinero!
¡Mío es el dolor! ¡Mío el sufrimiento!
Es necio de tu parte haber decidido[40]
que es ese comercio vicio.
Seguramente, joven, es locura
ser tan esquivo, …
Una solemne resolución de castidad
arruinó al bello Hipólito;
José casi encontró su fin
por despreciar el deseo de la reina
A un muchacho inglés
¡Salud, bello joven, que no busca soborno,
que considera ser conquistado por un regalo como apogeo del vicio,
en quien belleza y honestidad han hecho su hogar,
cuya gracia atrae los ojos de todos los que le ven.
Pelo dorado, rostro hermoso, cuello blanco y pequeño,
hablar suave y gentil; pero, ¿por qué alabo tanto estas cosas?
Todo es en ti bello y amoroso; no tienes imperfección,
salvo que es inútil tanta belleza consagrada a la castidad.
Cuando natura te hizo, por un momento dudó
si ofrecerte como niña o como niño,
pero mientras ella forzaba el ojo del intelecto para decidirlo,
¡he aquí que tú naciste! como una visión para todos.
Después, tiende ella por fin su mano hacia ti,
y se asombra de haber podido crear alguien como tú.
Pero es evidente que sólo en una cosa erró natura:
en que, habiéndote concedido tanto, te haya hecho mortal.
Ningún otro mortal puede compararse contigo,
a quien natura hizo para sí misma, como su hijo único;
la belleza establece su hogar en ti,
de quien brilla la carne con el brillo del lirio.
Créeme, si aquellos días de Jove volvieran,
no sería ya Ganimedes su preferido,
sino tú, al cielo transportado; de día, la dulce copa,
y de noche, tus más dulces besos, administrarías a Jove.
Tú eres el deseo común de jovencitas y de mozos;
Ellos suspiran por ti y esperan por ti, pues saben que eres único.
Se equivocan, o, más bien, pecan quienes te llaman «inglés»:
debieran agregar letras y llamarte «angélico»
que considera ser conquistado por un regalo como apogeo del vicio,
en quien belleza y honestidad han hecho su hogar,
cuya gracia atrae los ojos de todos los que le ven.
Pelo dorado, rostro hermoso, cuello blanco y pequeño,
hablar suave y gentil; pero, ¿por qué alabo tanto estas cosas?
Todo es en ti bello y amoroso; no tienes imperfección,
salvo que es inútil tanta belleza consagrada a la castidad.
Cuando natura te hizo, por un momento dudó
si ofrecerte como niña o como niño,
pero mientras ella forzaba el ojo del intelecto para decidirlo,
¡he aquí que tú naciste! como una visión para todos.
Después, tiende ella por fin su mano hacia ti,
y se asombra de haber podido crear alguien como tú.
Pero es evidente que sólo en una cosa erró natura:
en que, habiéndote concedido tanto, te haya hecho mortal.
Ningún otro mortal puede compararse contigo,
a quien natura hizo para sí misma, como su hijo único;
la belleza establece su hogar en ti,
de quien brilla la carne con el brillo del lirio.
Créeme, si aquellos días de Jove volvieran,
no sería ya Ganimedes su preferido,
sino tú, al cielo transportado; de día, la dulce copa,
y de noche, tus más dulces besos, administrarías a Jove.
Tú eres el deseo común de jovencitas y de mozos;
Ellos suspiran por ti y esperan por ti, pues saben que eres único.
Se equivocan, o, más bien, pecan quienes te llaman «inglés»:
debieran agregar letras y llamarte «angélico»
Miguel Hernández a Federico García Lorca.
ELEGÏA PRIMERA.
Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas,
y en traje de cañón, las parameras
donde cultiva el hombre raíces y esperanzas,
y llueve sal, y esparce calaveras.
Verdura de las eras,
¿qué tiempo prevalece la alegría?
El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas
y hace brotar la sombra más sombría.
El dolor y su manto
vienen una vez más a nuestro encuentro.
Y una vez más al callejón del llanto
lluviosamente entro.
Siempre me veo dentro
de esta sombra de acíbar revocada,
amasado con ojos y bordones,
que un candil de agonía tiene puesto a la entrada
y un rabioso collar de corazones.
Llorar dentro de un pozo,
en la misma raíz desconsolada
del agua, del sollozo,
del corazón quisiera:
donde nadie me viera la voz ni la mirada,
ni restos de mis lágrimas me viera.
Entro despacio, se me cae la frente
despacio, el corazón se me desgarra
despacio, y despaciosa y negramente
vuelvo a llorar al pie de una guitarra.
Entre todos los muertos de elegía,
sin olvidar el eco de ninguno,
por haber resonado más en el alma mía,
la mano de mi llanto escoge uno.
Federico García
hasta ayer se llamó: polvo se llama.
Ayer tuvo un espacio bajo el día
que hoy el hoyo le da bajo la grama.
¡Tanto fue! ¡Tanto fuiste y ya no eres!
Tu agitada alegría,
que agitaba columnas y alfileres,
de tus dientes arrancas y sacudes,
y ya te pones triste, y sólo quieres
ya el paraíso de los ataúdes.
Vestido de esqueleto,
durmiéndote de plomo,
de indiferencia armado y de respeto,
te veo entre tus cejas si me asomo.
Se ha llevado tu vida de palomo,
que ceñía de espuma
y de arrullos el cielo y las ventanas,
como un raudal de pluma
el viento que se lleva las semanas.
Primo de las manzanas,
no podrá con tu savia la carcoma,
no podrá con tu muerte la lengua del gusano,
y para dar salud fiera a su poma
elegirá tus huesos el manzano.
Cegado el manantial de tu saliva,
hijo de la paloma,
nieto del ruiseñor y de la oliva:
serás, mientras la tierra vaya y vuelva,
esposo siempre de la siempreviva,
estiércol padre de la madreselva.
¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla,
pero qué injustamente arrebatada!
No sabe andar despacio, y acuchilla
cuando menos se espera su turbia cuchillada.
Tú, el más firme edificio, destruido,
tú, el gavilán más alto, desplomado,
tú, el más grande rugido,
callado, y más callado, y más callado.
Caiga tu alegre sangre de granado,
como un derrumbamiento de martillos feroces,
sobre quien te detuvo mortalmente.
Salivazos y hoces
caigan sobre la mancha de su frente.
Muere un poeta y la creación se siente
herida y moribunda en las entrañas.
Un cósmico temblor de escalofríos
mueve temiblemente las montañas,
un resplandor de muerte la matriz de los ríos.
Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos,
veo un bosque de ojos nunca enjutos,
avenidas de lágrimas y mantos:
y en torbellino de hojas y de vientos,
lutos tras otros lutos y otros lutos,
llantos tras otros llantos y otros llantos.
No aventarán, no arrastrarán tus huesos,
volcán de arrope, trueno de panales,
poeta entretejido, dulce, amargo,
que al calor de los besos
sentiste, entre dos largas hileras de puñales,
largo amor, muerte larga, fuego largo.
Por hacer a tu muerte compañía,
vienen poblando todos los rincones
del cielo y de la tierra bandadas de armonía,
relámpagos de azules vibraciones.
Crótalos granizados a montones,
batallones de flautas, panderos y gitanos,
ráfagas de abejorros y violines,
tormentas de guitarras y pianos,
irrupciones de trompas y clarines.
Pero el silencio puede más que tanto instrumento.
Silencioso, desierto, polvoriento
en la muerte desierta,
parece que tu lengua, que tu aliento,
los ha cerrado el golpe de una puerta.
Como si paseara con tu sombra,
paseo con la mía
por una tierra que el silencio alfombra,
que el ciprés apetece más sombría.
Rodea mi garganta tu agonía
como un hierro de horca
y pruebo una bebida funeraria.
Tú sabes, Federico García Lorca,
que soy de los que gozan una muerte diaria.
ELEGÏA PRIMERA.
Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas,
y en traje de cañón, las parameras
donde cultiva el hombre raíces y esperanzas,
y llueve sal, y esparce calaveras.
Verdura de las eras,
¿qué tiempo prevalece la alegría?
El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas
y hace brotar la sombra más sombría.
El dolor y su manto
vienen una vez más a nuestro encuentro.
Y una vez más al callejón del llanto
lluviosamente entro.
Siempre me veo dentro
de esta sombra de acíbar revocada,
amasado con ojos y bordones,
que un candil de agonía tiene puesto a la entrada
y un rabioso collar de corazones.
Llorar dentro de un pozo,
en la misma raíz desconsolada
del agua, del sollozo,
del corazón quisiera:
donde nadie me viera la voz ni la mirada,
ni restos de mis lágrimas me viera.
Entro despacio, se me cae la frente
despacio, el corazón se me desgarra
despacio, y despaciosa y negramente
vuelvo a llorar al pie de una guitarra.
Entre todos los muertos de elegía,
sin olvidar el eco de ninguno,
por haber resonado más en el alma mía,
la mano de mi llanto escoge uno.
Federico García
hasta ayer se llamó: polvo se llama.
Ayer tuvo un espacio bajo el día
que hoy el hoyo le da bajo la grama.
¡Tanto fue! ¡Tanto fuiste y ya no eres!
Tu agitada alegría,
que agitaba columnas y alfileres,
de tus dientes arrancas y sacudes,
y ya te pones triste, y sólo quieres
ya el paraíso de los ataúdes.
Vestido de esqueleto,
durmiéndote de plomo,
de indiferencia armado y de respeto,
te veo entre tus cejas si me asomo.
Se ha llevado tu vida de palomo,
que ceñía de espuma
y de arrullos el cielo y las ventanas,
como un raudal de pluma
el viento que se lleva las semanas.
Primo de las manzanas,
no podrá con tu savia la carcoma,
no podrá con tu muerte la lengua del gusano,
y para dar salud fiera a su poma
elegirá tus huesos el manzano.
Cegado el manantial de tu saliva,
hijo de la paloma,
nieto del ruiseñor y de la oliva:
serás, mientras la tierra vaya y vuelva,
esposo siempre de la siempreviva,
estiércol padre de la madreselva.
¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla,
pero qué injustamente arrebatada!
No sabe andar despacio, y acuchilla
cuando menos se espera su turbia cuchillada.
Tú, el más firme edificio, destruido,
tú, el gavilán más alto, desplomado,
tú, el más grande rugido,
callado, y más callado, y más callado.
Caiga tu alegre sangre de granado,
como un derrumbamiento de martillos feroces,
sobre quien te detuvo mortalmente.
Salivazos y hoces
caigan sobre la mancha de su frente.
Muere un poeta y la creación se siente
herida y moribunda en las entrañas.
Un cósmico temblor de escalofríos
mueve temiblemente las montañas,
un resplandor de muerte la matriz de los ríos.
Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos,
veo un bosque de ojos nunca enjutos,
avenidas de lágrimas y mantos:
y en torbellino de hojas y de vientos,
lutos tras otros lutos y otros lutos,
llantos tras otros llantos y otros llantos.
No aventarán, no arrastrarán tus huesos,
volcán de arrope, trueno de panales,
poeta entretejido, dulce, amargo,
que al calor de los besos
sentiste, entre dos largas hileras de puñales,
largo amor, muerte larga, fuego largo.
Por hacer a tu muerte compañía,
vienen poblando todos los rincones
del cielo y de la tierra bandadas de armonía,
relámpagos de azules vibraciones.
Crótalos granizados a montones,
batallones de flautas, panderos y gitanos,
ráfagas de abejorros y violines,
tormentas de guitarras y pianos,
irrupciones de trompas y clarines.
Pero el silencio puede más que tanto instrumento.
Silencioso, desierto, polvoriento
en la muerte desierta,
parece que tu lengua, que tu aliento,
los ha cerrado el golpe de una puerta.
Como si paseara con tu sombra,
paseo con la mía
por una tierra que el silencio alfombra,
que el ciprés apetece más sombría.
Rodea mi garganta tu agonía
como un hierro de horca
y pruebo una bebida funeraria.
Tú sabes, Federico García Lorca,
que soy de los que gozan una muerte diaria.
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