Era un viernes frío y lluvioso. Eta había celebrado su particular 23 de febrero y habian suspendido la Convención a la que había acudido. Tenía 29 años, ganas de disfrutar de una buena tarde/noche y conocía bien Madrid.
Cuando entré en el Cine Carretas no veía tres en un burro y un comité de pulpos se dedicaba a dar la bienvenida. Pensando que eran unos bellos sirenos procuré que no metiesen mano a mi cartera, hasta que descubrí que aquellos cefalópodos eran de la era de Julio Verne...
Busqué una butaca solitaria. La película ni era gay, ni era porno, tampoco le daría la categoría de película. Los gritos y gemidos de la sala tampoco dejaban oír gran cosa. De pronto se me acercó alguien con manos y boca abiertos... Opté por buscar otro tipo de antro de perdición.
Me metí en un local que estaba entre Sol y Gran Vía. Pasaban pelis pornos gays al mejor gusto de los pajilleros que se deleitaban con ellas. Tras unos cuantos revolcones en una minúscula sala oscura, pillé compañía para acabar la noche. No fue lo único que pillé, una magnífica colección de ladillas decidió adoptarme.
Recuerdo que besaba muy bien, pero no era su mejor virtud, por la mañana al despertar descubrí que también sabía vaciar carteras. Decidí no volver a Madrid jamás. Así fue durante tres semanas, a la cuarta volví.
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